Soy Tim. No puedo más. Estoy harto, siempre lo mismo, todos se ríen de mí, nadie se da cuenta de mi potencial. Lo digo en serio, Bernd, tengo armas aquí y mañana a primera hora iré a mi antigua escuela y habrá una verdadera barbacoa.
Estate atento, Bernd, se oirá hablar de mí. Y ahora ninguna información a la Policía, ningún miedo, me las piro.
Winnenden es una plácida localidad en el suroeste de Alemania en la que casi nunca pasa nada. El pasado día 11 vivió su peor tragedia. Tim Kretschmer, un adolescente solitario de 17 años, amante de las películas de terror, entró a las 9.30 en el colegio Albertville, del que había sido alumno, y disparó en la cabeza a bocajarro a nueve estudiantes y tres profesoras. En una alocada huida en la que mató a otra persona en una clínica, secuestró un automóvil y condujo 30 kilómetros hasta lograr esconderse en un concesionario de coches, donde mató a dos hombres más. Acabó quitándose la vida cuando ya había sido herido por la policía.
No es la primera vez, ni será la última. No quiero ni pretendo justificar a estos locos, pero la sociedad en que vivimos da mucho pie a este tipo de conductas, de locuras.